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Martin Tetaz

Por Martín Tetaz

La proliferación de múltiples tipos de cambio no es novedosa. En “El control de cambios en la Argentina” editado por FIEL, se repasa por ejemplo la implantación de tipos preferenciales en la segunda mitad de los 40s, para liquidar exportaciones que se buscaba promocionar a un dólar más alto y pagarle menos al campo, con distintos tipos de cambio financieros controlados e informales.

Como todo mercado segmentado funciona al principio y acumula problemas luego, cuando los actores aprenden a conseguir divisas baratas y venderlas caras. Pero, además, en países como Argentina, la evolución de los tipos paralelos y las consecuentes brechas son un termómetro que mide la sensación térmica de la economía, con efectos en precios, producción, consumo y decisiones electorales. Por eso, no conforme con controlar el dólar oficial, el gobierno busca también manipular el paralelo y es lógico que lo haga porque la experiencia de los años electorales es que una parte de los depósitos suelen buscar refugio en moneda dura y el aumento de la brecha puede retroalimentar una corrida haciendo que sea muy difícil ganar las elecciones para el oficialismo.

Al habitual remate de los AL30 que el Banco Central usa para bajar el contado con liquidación, dejando ese bono en una paridad del 33,65 y pagando una TIR de 21,85% (solo superado por el Líbano, dentro de los Stand Alone), se sumó esta semana el apriete a los agentes de liquidación y compensación (ALyC) para que regulen el grifo a sus clientes mayoristas. Por esa razón empieza a crecer la brecha entre el dólar financiero que se compra con bonos, que cerró la semana en $166,4 y los que se adquieren a través de las acciones que cotizan en el exterior (ADRs), que se negociaron entre $172,28 (Cresud) y $178,30 (IRSA).

Otra pieza de evidencia es la brecha entre el AL30 y un bono con similar madurez pero que no se usa para las intervenciones de mercado, como el GD30, que ya casi llega al 10%.

No cabe dudas que el gobierno hará todo lo que esté a su alcance para evitar que se dispare la brecha y que en la medida que logre contener la demanda de pesos el tipo de cambio real está en el máximo de los últimos 40 años medido a cualquiera de los paralelos. En ese sentido, los depósitos a plazo crecen por segundo mes consecutivo por detrás de la inflación (2,23%), un ritmo que evidencia que una parte de ellos no se renuevan y son los que están inflando los paralelos y mantienen la inflación alta.

Mientras ese sea el ritmo de goteo de los próximos meses la situación estará bajo control, aunque se expanda la brecha entre los distintos paralelos. El riesgo de corto plazo, obviamente es que acelere la salida de depósitos y no sea suficiente la intervención.

En el mediano plazo, después de las elecciones, es difícil imaginar un escenario de normalización. Aún cuando el gobierno consiga un acuerdo con el FMI antes de los vencimientos del primer trimestre del 2022, lo más probable es una profundización de los tipos múltiples, con más cepo y restricciones, sobre todo si la soja no sostiene la excepcional cotización del 2021.

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