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El deja vu de la plata dulce electoral
Por Martín Tetaz
Como toda pelota divida, fue para Cristina. El presidente dispuso un aumento del 6% en el gas a partir de junio, lejos de convalidar la pauta de presupuesto de Guzmán, que había programado que las tarifas acompañen a la inflación este año. Puede sonar salomónico, pero no; el 6% a partir del sexto mes del año, en realidad implica 3,5% promedio en 2021, muy lejos del 45% que en el mejor de los casos resulta la inflación.
Lo mismo pasa con el dólar oficial que nuevamente aumentó solo 30 centavos en la semana, a un ritmo anualizado del 18%, muy por detrás de los precios promedio de la economía.
El deja vu es inevitable, luego de perder las elecciones del 2009 el kirchnerismo usó la misma fórmula; entre junio de ese año y octubre del 2011 el tipo de cambio real cayó 23% y las tarifas no tuvieron ningún aumento. Convengamos que el 2020 dejó al gobierno como si efectivamente hubiera perdido una elección, con el capital político consumido por una de las cuarentenas mas largas e intensas del mundo, de acuerdo tanto al stringency index que publica la gente de Our World In Data, como a los índices de congestión que en base a Waze elabora el BID, por mas que el presidente insista en que no se cumplía. Los datos de la Universidad Di Tella lo prueban; la confianza en el gobierno es incluso menor a la de los últimos meses de Macri.
El atraso cambiario y tarifario es una droga adictiva que anaboliza los salarios reales, mejorando sobre todo su poder de compra en relación con bienes aspiracionales de la clase media que normalmente tienen su precio atado al dólar oficial, como celulares, electrónicos, autos, motos y viajes, aunque esto último no se expresa por la pandemia.
El ex presidente del Banco Central y también del Nación, Javier González Fraga, pagó un costo alto por que no encontró un modo menos brutal de expresarlo, pero tenía razón; inflar los salarios en dólares genera la ilusión de capacidad de acceso a todos esos bienes durables y no habría nada de malo si no fuera porque no resulta sostenible. Una economía que pisa su tipo de cambio impone un sesgo contrario a los bienes transables; una señal a los productores para que no orienten recursos a la fabricación de bienes para vender al exterior y a los consumidores para que no ahorren su demanda de productos importados o que potencialmente podrían exportarse. Se genera una insuficiencia de divisas hasta que sobreviene la crisis externa y la devaluación. Con suerte para quien produce el desequilibrio, le explota al que sigue, reforzando el discurso de que unos son populares porque aumentan los salarios en dólares, mientras que otros son ajustadores porque los bajan, aunque como demostraron Pablo Gerchunoff y Lucas Llach, se trata de las distintas etapas de un mismo ciclo de ilusión y desencanto.